Después de librar ferozmente la batalla de esa jungla que es la ciudad, regresas a casa en busca del calor de su vientre, como niño desvalido, pides a gritos que te acoja en su regazo, que te acaricien sus manos, que te besen sus labios, que la mujer-madre con su bálsamo de ternura apacigüe ese temor interno causa del miedo a la incertidumbre de la vida.
Ella abandona sus sartenes en las que deja sofriendo lentamente sus insatisfacciones de mujer madura, para acallar corriendo el llanto-grito de su hombre-niño.
Raqauel l8-l-97
1 comentario:
No tengo palabras. Estoy muy emocionada.
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